domingo, 24 de noviembre de 2013

La vez que la muerte se enamoró

En el condado de Cheshire, en Inglaterra, vivía esta chica, su nombre era Annabél, hija de padres aristócratas, muy bien educada, seria y muy bonita también; era el día de su cumpleaños número veintitrés, un veintiséis de Octubre de 1853, era de noche y toda su familia cercana estaba reunida en la estancia de su casa festejando su cumpleaños, la chica estaba sentada y aburrida mientras observaba a sus familiares conversar sobre cosas que a ella, como artista que era, no le interesaban: Política, economía, negocios, etcétera.
También veía como sus primos, que eran mucho menores que ella, hacían travesuras sin que los adultos se dieran cuenta, ciertamente ella era la única que les prestaba atención. En el salón también había un grupo de violinistas, que tocaban melodías escogidas por sus padres; cuando terminaron de tocar una pieza, uno de los violinistas salió al jardín; Annabél, sin nada mejor que hacer, salió detrás del violinista, él se detuvo y ella pasó de largo en seguida de él para ir junto al lago, que estaba después del jardín. Se paró junto a la orilla de éste y se quedó contemplando por unos minutos el reflejo de la luna llena, enorme y hermoso sobre el agua, después se sentó en el pasto húmedo, sin importarle que su vestido se manchara, y se puso a jugar con el agua tocándola con las yemas de sus dedos y poniendo sobre ella pétalos de flores que se perdían en la oscuridad.
Desde un arbusto cercano, la muerte la miraba detenidamente, con las cuencas vacías y completamente negras, profundas, y pensó que, si tuviera ojos, estos habrían estado brillando como la misma luna, reflejando la hermosura de la chica en todo su esplendor. Planeaba matarla, ya estaba decidida, mas no podía, año tras año venía en su cumpleaños con la misma intención, desde que la chica tenía diecisiete años de edad; esta iba a ser la última vez que lo intentara, pero este año no fue la excepción, no pudo matarla, si lo hacía no la vería nunca más.
La muerte, en un impulso de desesperación y estupidez que parecía salida de la mente de un adolescente, tomó forma humana y caminó hacia la chica, se paró detrás de ella y la saludó.
La chica no se sorprendió ni un poco, tenía muchos vecinos y no conocía ni siquiera a la mitad de ellos, así que pensó en la posibilidad que esta chica pálida, delgada y con un ajuar muy oscuro podía ser una de ellos; Annabél le devolvió el saludo, la muerte se sentó y ambas conversaron. Desde ese momento se hicieron amigas, y la muerte venía de vez en cuando a visitarla junto al lago.
La chica nunca se preguntó de donde venía esta chica, de supuesto nombre Clara, pero le agradaba pasar el tiempo conversando con ella. Clara era muy amable, misteriosa y de vez en cuando le traía obsequios como chocolates o dulces a Annabél.
La muerte se obsesionaba cada día más y más con Annabél, hasta que llegó el momento en el que se enamoró de ella, y estaba decidida a hacer que ésta también se enamorara de ella.
Así pasó el tiempo, visita tras visita, conversación tras conversación, la muerte tenía su plan maestro y estaba funcionando; al cabo de meses, logró enamorarla, mas debían mantener su relación en secreto, porque en esa época, las habrían matado si se hubiesen enterado.
La relación nunca pasó de un ''te quiero'' o una siesta juntas junto al lago, pero ciertamente, Annabél quería algo más. La muerte no quería besarla, porque sabía que si lo hacía la mataría, la chica se quejaba acerca de ello, tanto, que la muerte decidió decirle toda la verdad, y cuando lo hizo, Annabél quedó impactada, se fue corriendo de ahí y se encerró en su habitación; pero la muerte no se iba a rendir, y la chica no se iba a librar de ella tan fácilmente, todas las noches e inevitablemente, la muerte la visitaba, la veía dormir, o al menos eso creía, porque la chica fingía estar dormida para no tener que mirarla, y al levantarse por la mañana, para suerte de Annabél, la muerte ya no estaba ahí.
Y así fue, noche tras noche, durante meses; la chica, abrumada, deprimida, ansiosa todo el tiempo, cansada de estar preocupada y con miedo, decidió terminar con su vida tomando lejía, cosa que le funcionó porque las únicas muertes que la muerte no controla son los suicidios; pero no sin antes escribir una carta a sus padres explicando el por qué de su pesar y lo que había pasado con la muerte.
Hasta ahora no se sabe si lo que la chica escribió es verídico, lo que sí se sabe es que Clara era real, y que se convirtió en gran amiga de la familia, pero que un día, por alguna razón, desapareció y no volvieron a verla.

Entonces la muerte, triste por el fallecimiento de la chica, juró jamás volver a enamorarse, y prometió visitar su tumba cada noche de luna llena, que fue en luna llena que la conoció y se enamoró de ella. 

Dicen los habitantes de Cheshire que si vas a la tumba de Annabél en noche de luna llena la muerte estará ahí, esperándote.